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Joserra Calvo: «El txakoli de Bilbao era tinto»

Lleva 19 vendimias como enólogo de una de las primeras bodegas que abordó la modernidad para estos vinos históricos. «Tenemos una identidad que mantener»

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Julián Méndez Viernes, 25 de abril 2025

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Joserra Calvo Valpuesta (57) lleva anudada a la muñeca derecha una pulsera con un sello de plata donde se lee «Vive bien que as de morir». A la frase, que aparece en el escudo de la casa palacio de los Zaldívar, en Valpuesta (cuna escondida del castellano y del euskera), el enólogo de la bodega Gorka Izagirre le ha otorgado un nuevo y sabio sentido:

«Bebe bien, que has de morir». O, como dijo el tuerto: «la vida es demasiado corta para beber vino malo». Lo mejor de todo es que, gracias a su oficio, Joserra Calvo elabora hoy en Larrabetzu los vinos que siempre hubiera deseado beber. Un lujo.

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Calvo es, junto a personajes como el erudito José Luis Lejonagoitia o a Juan Ramón Muguruza (jefe del servicio agrícola de la Diputación de Bizkaia), «memoria histórica» del txakoli.

Con él aprendo que las laderas de los alrededores de Bilbao, cuando apenas era poco más que Atxuri y el Casco Viejo (que crecía en torno a las calles Somera, Artecalle y Tendería), estaban tapizadas de viñas. Como Deusto, Abando y Artxanda. O Santutxu, Bolueta y Begoña.

«A los de Begoña, todavía hoy, les llaman matsorris. Mats, es uva en euskera y Begoña, en aquella época, un viñedo», me explica Joserra.

«Lo mismo que Portugalete, que era todo viña. ¿Y sabe por qué les llaman jarrilleros a los de Portu? Por las jarras de arcilla en que se escanciaba el txakoli.

Y los vasos de poteador, los de culo grueso, no eran otra cosa que una manera de aprovechar los excedentes de un recipiente que se empleó para colocar velas durante una visita real», señala Calvo.

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Cuadro de Arrue: juego de cartas con jarra de txakoli tinto. Museo de Bellas Artes
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Así que buena parte de Bizkaia era un gigantesco viñedo. «De vino tinto, de txakoli beltza», apunta acto seguido, variedad hoy minoritaria (aunque en auge) que trepaba por las laderas que había abierto el Ibaizabal en el corazón de la tierra.

«Eran tintos de baja graduación alcohólica, con una acidez importante, con una capacidad de guarda y vida considerable que se criaban en barricas viejas de castaño, madera más abundante que la de roble, destinada a otros usos.»

Una rama de laurel, el branque, colocada en el tejado de los txakolis indicaba que esa casa tenía vino para vender.

Hasta que no se acababa, no se ponían nuevos branques. De hecho, las ramas de laurel formaban una especie de sendero para los iniciados en el txakoli.

No sacaban el primer txakoli, que vendimiarían por El Pilar (12 de octubre), hasta el Domingo de Pascua, coincidiendo con las primeras fresas. La temporada duraba hasta finales de mayo. Lo criaban mejor que nosotros. Sabían más que nosotros.

En 1765, por ejemplo, ya hacían aforos y cataban los vinos. En el Consejo Regulador no se ha inventado nada», bromea el enólogo que estuvo 8 años como vicepresidente. «El txakoli fue, y es, el gran tesoro de Bilbao y de Bizkaia», subraya Calvo.

Un tesoro que, además de alegría, alimento y jolgorio, dejaba sus buenas perras en las arcas locales y en las bolsas de taberneros y negociantes.

Y si pensaban que lo del proteccionismo de Trump era cosa de nuestros días, anoten que, en las Ordenanzas de la Villa de Bilbao, ya en ¡1399! se prohibía la venta de vinos foráneos hasta que no quedase una gota del txakoli propio para llenar aquellas jarras de barro con babero esmaltado.

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Comida de inauguración del txakoli de Pantaleón Rementería (que luego gestionaría su hija Juana) en Landako. Canotiers, hongos, gorras y boinas cubren a los asistentes que beben txakoli tinto. Archivo
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Detrás de tan concluyente mandato asoma la mano de la poderosa Cofradía de San Antón Nascianceno, un auténtico poder fáctico sustentado en los apellidos de los nobles (o Parientes Mallores) propietarios de tierras. Los Butrón, Abendaño, Lezama, Mújica, Leguizamón, Zurbaran, Arbolancha o Salazar, que cobraban sus buenas rentas de campesinos y txakolineros.

Si algún contrabandista o matutero se atrevía a desafiar la ley, en la Villa tampoco se andaban con chiquitas. El brazo ejecutor quemaba las embarcaciones donde hubieran llegado por la Ría las pipas o bocoyes con morapio ajeno, sacrificaban a las bestias que hubieran acarreado los pellejos y arrestaban con gran alboroto a los infractores pues se establecía «pena de cadena» para escarmentar a los traficantes. Poca broma. Las medidas, con mayor o menor rigor y con añadidos y correcciones mercantiles y políticas, se aplicaron hasta bien entrado el siglo XIX.

Claro, que en los txakolis (o chacolines) no todo era libar. Para estar ‘biembebido’ hay que estar bien comido. Almorzaban «guisado de carne de Epifanía Larrañaga en el Txakoli Lorente; patitas de cordero en el de Trauco; las manitas de Isabel Añabeitia en Arteche; las asaduras con verduras de Larrazabal, las carnes de Patacón seleccionadas por los matarifes del vecino matadero, las sartas de chorizo de Andresa Gaztelu en Gazteluiturri y el arroz con leche de Celeminchu». Son citas sacadas de la obra de Lejoganoitia. Como ven, nada nuevo bajo el sol.

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Los nuevos txakolis. El enólogo Joserra Calvo Valpuesta, en la sala de catas con algunos de los txakolis que producen en las 42 ha de las 19 parcelas que gestionan (300.000 botellas). J. Alemany
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«Yo llego a esto por culpa de mi tío Tomás Zárraga», me explica Calvo mientras descorcha un Ilun. «Toda la familia participaba en la vendimia, que hacíamos en un día, con mi tío. A los niños nos dejaban beber un vaso de mosto a cada uno. Jugábamos en la prensa, bebíamos el mosto que rezumaba. Era una fiesta. Cuando mi aita y Tomás bajaban a Villabuena a comprar unas cántaras donde Julián Mendoza, me llevaban.

Yo les veía que bajaban a probar aquel vino maravilloso al lagar y que subían con otra cara. ‘Me estoy perdiendo algo’, pensaba. Algo importante estaba pasando y yo quería formar parte de aquella épica», recuerda.

De vendimia en vendimia, acabó estudiando en la Escuela de Enología de Laguardia.«Cuando mi tío, un ingeniero electrónico muy formado que trabajó en Alemania, cayó enfermo yo le eché una mano con las viñas de Aretxondo.

Y me di cuenta de que me gustaba. Entonces hacíamos txakoli blanco, tinto y rosado en su finca de Mungia», suspira. (Luego me contará que se arrancó aquel viñedo que estaba tan a desmano, y que, por prevención sentimental, jamás ha regresado a aquel paraje mágico).

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«La viña es sobre todo recuerdos, anécdotas, vivencias. Y en el vino, el 99% de los recuerdos son alegres». afirma Joserra Calvo. J. Aelmany
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Joserra Calvo dice que siempre tuvo claro que si en el Norte de Europa hacían vinos blancos y ligeros en madera «que mejoran con el tiempo. ¿Por qué no íbamos a poder hacerlo nosotros’», se pregunta. «Un día apareció Gorka Izagirre y le conté mis locuras… que a él le parecieron cosas lógicas. Nos juntamos dos locos.

Ahora tenemos 65 depósitos donde vinificamos cada parcela por separado.

Estamos en un punto del mapa impresionante: podemos pasarnos la vida bebiendo vinos de 300 kilómetros a la redonda hasta aburrirnos. En estas 19 vendimias en Gorka Izagirre he aprendido que no puedo parar de dar pedales.

Una de las cosas más bonitas de las viñas es que son plantas muy longevas, que te regalan un montón de vivencias: cuándo y con quién las plantaste, el primer vino que te dieron. La viña es sobre todo recuerdos, anécdotas, vivencias. Y en el vino, el 99% de los recuerdos son alegres», dice.

«¿El futuro del txakoli? El tamaño de las bodegas de Bizkaia nos permite mantenernos al margen de las modas del vino; poseemos variedades adaptadas que no tiene nadie en el mundo.

Tenemos una calidad reconocida, un clima y una identidad, un carácter que no debemos perder. Que alguien se sirva una copa de Gorka Izagirre huela el txakoli, lo pruebe y diga: ‘estoy en Bizkaia’».

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Bertol Izagirre junto a Joserra Calvo en Astoreka, con Ilun, 100% Hondarrabi Zerratia.
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Nuevos aires para el txakoli moderno

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La bodega de Gorka Izagirre, que ahora comandan su hijo Bertol y el enólogo Joserra Calvo, supuso una de las primeras apuestas por acercar a la modernidad un vino histórico.

Calvo ha acometido ya 19 vendimias para Izagirre asentando etiquetas como Ama, G22, Zura o el tinto Ilun en parámetros que sintonizan con los gustos del siglo XXI.

Su txakoli 42 ( ‘fortxu’, ahí hay una historia) by Eneko Atxa 2015 fue elegido en 2019 como Mejor Blanco del Mundo en el Concurso Mundial de Bruselas.

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Cinco vinos, incluido un txakoli, para descubrir sensaciones nuevas de verdad

Julián Méndez

Miércoles, 30 de abril 2025

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Sentado frente al enólogo Joserra Calvo en la sala de catas de Gorka Izagirre, el Sábado Santo, viendo desde el ventanal los húmedos viñedos escuché que, en puridad, el txakoli bilbaíno fue hasta hace nada tinto. Joserra corroboró semejante afirmación yendo hacia el botellero y acercando a la mesa una botella de Ilun, tinto de su viñedo de Astoreka, y otra joya rarísima: un Ama beltza de 2021 en cuya etiqueta los nombres de las madres de los trabajadores, escritos en los zarzillos, no son de color dorado, como en el txakoli convencional, sino morados, como el vino y los amaneceres de la Odisea.

El rarísimo txakoli tinto Ama, de Gorka Izagirre

El rarísimo txakoli tinto Ama, de Gorka Izagirre J. M.
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Probé un sorbo de Ama y quise ver en el fondo de la copa el futuro perfecto del txakoli. Sabrosas rarezas, vinos con acidez y aromas atlánticos, de una potencia sedosa, ampulosos, gastronómicos, de trago fácil y conversación ligera. Ensoñaciones de aficionado porque, al tiempo, Joserra Calvo me hablaba del imparable incremento en el consumo mundial de vinos blancos en detrimento de los tintos.

Que sepan que soy mucho de esos nuevos vinos, retos para paladares deseosos de sensaciones nuevas.

 

Vino tinto del Valle de la Orotova, aromas azufrados y volcánicos.

Vino tinto del Valle de la Orotova, aromas azufrados y volcánicos. J. M.
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Por eso, de vez en cuando me paso por el Cork y le pido a Jonathan Hernando que me ponga una copa de Medianías, un Listán Negro de viñas viejas del Valle de la Orotava que hace la gente de Suertes del Marqués. Si tienes la suerte de que abran la botella delante de tí, disfrutarás de unos aromas puros de volcán, azufrosos, inolvidables, y de un sabor en boca ligero y amable.

Tinto gallego de uvas Merenzao cultivadas en terraza y que elabora Estrella Galicia. No todo está perdido.

Tinto gallego de uvas Merenzao cultivadas en terraza y que elabora Estrella Galicia. No todo está perdido. J. M.
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Y otro tinto sorprendente esta misma semana. En el cuatro manos que celebraron en NeruaGuggenheim Josean Alija y su invitado, el dos estrellas gallego, Javi Olleros, de Culler de Pau, se abrió un tinto hecho con uvas de Merenzao.

Capricho de Merenzao se llama, y lo hace Ponte da Boga, una bodega propiedad de Estrella Galicia (¡no está todo perdido si los cerveceros dedican sus pingües beneficios a hacer vino!) que cosecha sus uvas en terrazas centenarias y que el enólogo francés Dominique Roujou de Boubée convierte en un caramelo; uno de esos vinos de gluglú que tanto gustan a quien tengo como asesor fundamental en la materia de nuevos vinos gallegos y viticultura heroica, el sumiller de Garena Miguel López Méndez (siempre en mi equipo: en tintos, y también, en blancos).

Y quiso la casualidad que, al día siguiente, tuviera que dejarme caer por el comercio López Sosoaga a cumplir una encomienda. Comprar una botella de vino para un amigo que se la iba a regalar a un aficionado holandés. Allí me encontré con otro paladar de primer nivel versado en vinos internacionales, la italiana Eli Sa Pintón, que lleva la cartera de Itsasmendi (Garikoitz Ríos y compañía). Departía con Pedro López Oleaga, propietario y experto catador.

Iba con prisa, así que revisé las baldas y el presupuesto asignado. Fue sencillo. Un Gran Reserva 904 de 2015, la primera vez que La Rioja Alta hace una Selección Especial: con Tempranillo de Villalba, Briñas y Rodezno al que suma un 10% de Graciano de la finca Montecillo de Fuenmayor. Una de las 120.000 botellas del coupage que, en enero de 2016, empezaron a criarse en barricas de roble americano donde pasaron cuatro años (con trasiegos cada seis meses por el método tradicional) antes de ser embotelladas en 2020. Un rubí que ha viajado en el tiempo.

Gran Reserva 904 de 2015 de La Rioja Alta.

Gran Reserva 904 de 2015 de La Rioja Alta.
 

Así que hay vinos tintos para cualquier día, hora, circunstancia, deseo o compañía. Pero recuerden que el vino, como muchas otras cosas, arrastra consigo siempre el poso del tiempo, de la memoria.

Por eso me emocionó recibir mientras escribía el mensaje de un compañero, nacido en Begoña, que acababa de leer el reportaje del txakoli de Joserra. «Mi padre (que fue periodista, y de los buenos, en EL CORREO) me llevaba muchas veces a un txakoli de la Vía Vieja de Lezama a tomar txakoli tinto. Nos ponían un grillo (patata, lechuga y huevo) de tapa. Qué recuerdos. Y mi padre me decía ‘aquí, txakoli tinto; aquí no pedimos otra cosa’».

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